CONFLICTO, PSIQUE, HISTORIA Y CULTURA: ALGUNAS OPINIONES
David Alberto Campos Vargas, MD*
La existencia misma es una lucha. Vivimos de manera intensa, en una
carrera contra el tiempo, intentando conciliar tendencias dispares, tratando de
sobrevivir a fuerzas muchas veces centrífugas, hasta entrópicas. Somos seres en
conflicto. Supongo que esto es inevitable en un mundo imperfecto. No tengo la
certeza platónica de creer que este mundo sea un remedo imperfecto de otro
mundo perfecto (el Tropos Uranos culmen del Bien y la Belleza). Cabe la
posibilidad que ese mundo ideal, perfecto, no exista, salvo en el sistema de
Platón, o en las promesas que los grandes iluminados y sus correligionarios nos
hicieron. Pero en todo caso prefiero creer que exista, porque este imperfecto
mundo sí que tiene cosas por arreglar, y no quisiera creer que es lo único de
lo que disponemos.
Sería mucha fatalidad. Este mundo muchas veces injusto, perverso y
aberrado no puede ser el mejor de los mundos posibles. Se equivocó Leibniz. Él,
tan certero como matemático, me parece algo desatinado como filósofo. Tampoco
se trata de creer que vivimos en un valle de lágrimas. Este mundo también tiene
alegrías, zonas luminosas, bondad… y una singular, peculiarísima justicia, que
los hinduistas llaman karma (que en algo compensa la injusticia generalizada).
Pero me quedo con la esperanza de encontrar otro, o al menos imaginarlo.
El conflicto en este mundo imperfecto no es sólo el que Zoroastro y Agustín captaron.
Cierto es que este mundo parece un estadio enorme, escenario de una lucha
titánica entre el Bien y el Mal. A veces podemos, como espectadores, emocionarnos
un poco al creer que el Bien lleva la ventaja. Pero, sin ser maniqueos, podemos
entender que la pelea es bien pareja, reñida. Así que no hay ciudad de Dios, ni
ciudad sin Dios, sino un vasto universo que a veces se comporta como divino, y
en otras, parafraseando a Nietzsche, demasiado humano. ¿Y qué es el Bien: una
categoría moral, un concepto variable, relativo, o al menos relativizable? Sin
duda.
Pero es justamente la relativización de lo que está bien y lo que está
mal, supongo, lo que nos tiene así: matándonos unos a otros, agrediendo por
doquier y de las más variadas maneras (algunas espantosas, como la tortura, la
extorsión y el secuestro), irrespetándonos y haciéndonos la vida aún más
difícil de lo que ya es en realidad. En eso sí coincido con Ratzinger: o seguimos
relativizando y nos acabamos como especie, o le apostamos a lo que alguna vez
Erasmo de Rotterdam soñó como una salida humanista, tolerante y pacífica: la
Utopía.Sí, con Erasmo vuelve y juega Platón. Siempre que se pueda soñar volverá
el griego ilustre. Y, por arrastre, vuelve también Aristóteles. Haciendo de
este conflictivo mundo un mundo más pacífico, menos árido, podemos intentar entonces
un juego político benéfico, unas leyes adecuadas, un comportamiento
más correcto. De lo contrario, el animal político aristotélico termina
siendo un verdadero lobo para el hombre hobbesiano. Lo que me exaspera es ver
que estamos, como Humanidad, más cerca de ser fieras que de ser humanos, y muchos,
ya aturdidos y acostumbrados a la maldad, aún no se han dado cuenta.
¿No pudo ver Tomás de Aquino el embrollo? ¿Realmente era imagen y
semejanza de Dios un hombre así de siniestro, así de bruto, así de malévolo?,
¿Por qué ignoró lo instintivo, lo egoísta, lo dañino que también es parte de
nuestra naturaleza? Porque lo cierto es que, en este mundo imperfecto y de
conflicto, también somos imperfectos y cargados de conflicto. Lo maquiavélico,
lejos de ser un constructo ideológico para príncipes del Renacimiento, es por
desgracia el pan de cada día. Nietzsche y Freud nos lo dejaron claro: nosotros,
los homo sapiens, mitad ángeles y mitad bestias, desafortunadamente nos
portamos como bestias la mayor parte de las veces. Por el Eros no me preocupo,
al fin y al cabo tiende a apaciguar la bestia. Me angustia el Tánatos.
Como otros conciliadores (Orígenes, Locke, Mounier, Fromm, Maritain) el
buenazo de Jung propuso una salida a semejante laberinto: la unión de los
opuestos. La integración. Como quien dice, para que no nos atormenten los
extremos, las paradojas o las disidencias, los podemos envolver bajo un todo
integrador y tranquilizante. No apuntó muy lejos de Lao-Tsé. Las filosofías
orientales, que él conoció bien, aceptan el conflicto y lo comprenden como
parte de la vida. Como Julio César, siguen la línea de anexionar para dominar
(algo que también intentó Freud, cuando habló de quitarle terreno al Ello en
favor del Yo, o de hacer consciente lo inconsciente); o como Alejandro Magno,
la de conquistar y entretejer al mismo tiempo, aspirando a una unidad
sincrética.
Pero aquel noble esfuerzo, hay que decirlo, no lo han compartido todos.
Un paso hacia la pluralidad, el respeto a la diferencia, o la tolerancia
religiosa, es seguido (¡horror de la Historia, que se asemeja a un eterno
retorno nietzscheano!) por un retroceso hacia el totalitarismo, la
desvalorización de la vida humana y la barbarie. El sistema opresor y malvado
cambia de nombre (esclavismo, expansionismo, imperialismo, guerras de religión,
caza de brujas, colonialismo, dictaduras militares, neocolonialismo, fascismo,
etcétera) pero nosotros, los seres humanos, seguimos siendo los mismos. Unos
pocos dominando, los demás soportando. Insisto: ¿en qué estaba pensando
Leibniz? Otros pudieron ver que hasta en lo placentero está el conflicto.
Epicuro llamó a la moderación, conociendo ya cuán bajo podemos llegar si no nos
contenemos. El banquete, sin ese freno de la conciencia moral, degenera en
orgía y hasta en matanza.
Por cada Horacio, efectivamente, apareció un Calígula. Y hay algo más: el
problema del principio de placer versus el principio de realidad. Una cosa es querer,
otra es poder. Un principio de la realpolitik harto aplicable a la vida cotidiana.
No siempre podemos satisfacer nuestros deseos. Tenemos que aplazar muchas
gratificaciones. Y hasta indefinidamente. De otro lado, ya en la Escolástica lo
razonable cobraba fuerza, pero fueron Descartes, Locke y Voltaire quienes
invocaron a la diosa Razón como tal, creyendo que iba a ser útil para resolver
nuestros conflictos. Pero se equivocaron. Es más poderoso el instinto. La mejor
muestra fue razonabilísima Alemania (sí, la misma de Kant, Fichte y Hegel), que
cayó en la trampa, Confió demasiado en sus libros, y la biblioteca se le vino
encima. Un pintor mediocre y psicópata, eso sí, elocuente, y sus secuaces
(modelos de irracionalidad y barbarie unos, de racionalidad y barbarie otros)
se tomaron el poder a punta de gritos, ira y xenofobia. La razón, tal como la
desenmascaró Adorno, resultó ser bastante frágil frente a lo irracional, lo
telúrico, lo tanático, lo francamente animal. Mejor dicho, frente al conflicto.
Hasta el mejor filósofo del siglo XX, Heidegger, cayó seducido por el embrujo
nazi. La razón pasó de diosa a esclava.
Hay conflicto por doquier, pues es parte de la naturaleza humana, pero
también tenemos la opción de callar, y hacernos los de la vista gorda. Podemos
pensar que, así como están las cosas, es mejor algo de optimismo. Lo natural a
veces puede ser bestial. Y la naturaleza del hombre, en su conflictiva básica,
es tensión entre fuerzas (cada una con su propio sentido), es combate entre
pulsiones, es debate entre distintas opciones de vida (tal como señalaron
Sartre, Heidegger y Jaspers), en cada instante de la vida. Por eso, no podemos
extrañarnos que la ilusión de un Paraíso o Reino de los Cielos, en el que cese
al fin la batalla de la existencia, haya calado tan hondo en nuestra psique
(tanto individual como colectiva).
*Médico Psiquiatra, Pontificia Universidad Javeriana. Neuropsicólogo,
Universidad de
Valparaíso. Neuropsiquiatra, Pontificia Universidad Católica de Chile. Lic. Filosofía,
Universidad Santo Tomás
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